Puntuació: ★★★★★
Las descripciones históricas
requieren siempre un alto grado de compromiso, no sólo con la realidad,
sino también con el contexto en el que se llevan a cabo. La narración de
un conflicto tiene que ser siempre consecuente y saber contemplar con
especial delicadeza todos los elementos que la componen. En este
sentido, las guerras son particularmente susceptibles de ser contadas
desde la frivolidad, hechos gratamente explotables en lo cinematográfico
que se convierten automáticamente en un producto de puro ocio. Sin ir
más lejos, la demonización casi irracional que se emplea en muchas
películas hacia la Alemania nazi deviene una excusa para reducir
conceptos a la mínima expresión, minimizándolo todo al bien y el mal.
Grandes nombres del cine han caído en la trampa de la futilidad en lo
que a la descripción de conflictos armados se refiere, prescindiendo con
mayor o menor intención de la carga de drama real que dicho conflicto
ha generado. Hablo de títulos como Malditos Bastardos, La Chaqueta
Metálica, con la que Kubrick –a diferencia de su Senderos de Gloria– se
deja llevar por la euforia cinematográfica obviando en demasía su
responsabilidad como comunicador, o de En tierra hostil, de Kathryn
Bigelow, que omite por completo cualquier mensaje o posicionamiento y se
beneficia sin pudor de una desgracia que no le es ajena, al igual que
lo hiciera Stallone con sus lamentables secuelas de Rambo.
En esta
dirección, Ken Loach siempre ha tenido claro su cargo de intermediario
entre la realidad y la descripción ociosa, comprometido con los hechos
que transmite y dotándoles del correspondiente valor humano, con mayor o
menor éxito. Route Irish sigue esta estela al pie de la letra, siendo
un thriller de ficción en continuo cortejo con la realidad, en la que el
director y su guionista por excelencia se mojan. Esto es, la historia
que nos cuentan Loach y Laverty no es de naturaleza contemplativa ni
complaciente, sino inquieta e implicada; no rehúye de ser juiciosa ni
evita unas denuncias que sin duda incrementan el valor de su conjunto.
El argumento nos sitúa en el contexto de la reciente guerra en Iraq y
las subyacentes ampollas que de ella van naciendo. Una de estas es la de
los contratistas, que acrecientan el conflicto con ejércitos de
mercenarios al servicio del dinero, poco más, y entre las que combate el
protagonista y su mejor amigo, ambos implicados en un turbulento caso
de crímenes de guerra. Con todo, la trama suscita un interés que sin
embargo carece en su técnica, poco grácil en el ritmo e impersonal en el
estilo, en una conjugación que Loach tiende a combatir con desigual
resultado. Si en El viento que agita la cebada o en Mi nombre es Joe las
carencias del director pasan desapercibidas, en Route Irish son más
evidentes, empequeñeciendo el film e impidiéndole aspirar a grandes
cotas.
Así,
este último trabajo de Loach, a pesar de ser menos costumbrista, es la
continuación natural de la carrera del director, repleta de títulos
valiosos tan relevantes por su alto grado de compromiso como discretos
en su realización, que no obstante lo erigen como uno de los más
destacados referentes del cine social, necesario, trascendente.
Lo mejor: Route Irish corrobora que el cine combativo de Loach nunca claudica.
Lo peor: La técnica, falta de nervio e intensidad.
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