Puntuació: ★★★★★
Ni ahorrando en adornos
innecesarios, ni aplicando las dosis justas de cada ingrediente, ni
intentando crear formas nuevas, ni esquivando los productos más
delatadores, ni quitándole las velas. Un pastel es un pastel porque para
eso está concebida su base, sea de lo que sea. Más empalagosa o menos,
su naturaleza azucarada y copiosa coartará siempre su existencia, y por
mucho que aspire a ello nunca será apta para diabéticos. Premonición,
del francés Gilles Bourdos, da la sensación de ser un pastel
insatisfecho con su condición, de aspirar a algo más, a convertirse en
una Tarta Tatin con una notable dirección artística y actoral
como máximos argumentos. Se olvida, no obstante, que en su misma base
está su mayor limitación.
La película, basada en la novela
Et après…, del escritor de best-sellers Guillaume Musso, explica una
historia sobre la vida y la muerte con ramalazos místicos, casi new age,
entre los que no faltan los elegidos, los protectores, y demás
criaturas pseudoangelicales que velan por nosotros continuamente. El
protagonista, un abogado de alto standing neoyorquino –de origen
francés–, ahoga su profunda pena por la pérdida un ser querido con
sobredosis de trabajo, sin prestar atención a su entorno, por un
despecho casi irracional hacia el mundo y su propia vida, hasta que…
¿les suena el argumento? Efectivamente, la historia abunda tanto en
tópicos como en lecciones de vida de primer curso; carpe diem, cuida de
los tuyos y no descuides lo que importa en la vida… El guión, agrietado,
no ayuda tampoco a compactar un film que se ha hecho mil veces en todos
los géneros: mezclen El Sexto sentido con Destino final, substituyan la
hemoglobina por glucosa, añádanle unas virutas de Ghost, y les
resultará Premonición.
No obstante, y por suerte, la
base no lo es todo en un pastel; según con qué se cubra, según con qué
se decore, el resultante puede verse claramente beneficiado. Así es,
felizmente la película se revaloriza gracias a su propuesta estética,
elegante y cálida, con un uso delicado de las luces y tonalidades y una
acertada fotografía, que explora el paisaje neoyorquino con un gran
sentido de la composición. A esto se le suma una labor actoral seria y
creíble de Romain Duris, John Malkovich, Evangeline Lilly y compañía,
que refuerza a un conjunto necesitado de tapiar sus irregularidades. Con
todo, y asumiendo que un pastel es un pastel, el resultado final es una
ración suficientemente medida en azúcares y más que apta para el
consumo masivo, que raramente hace ascos a las altas dosis de
edulcorante.
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