Puntuació: ★★★★★
Un chico se levanta, alterado.
Lleva prisa, tiene que coger el tren en breve y dispone del tiempo justo
para vestirse, hacer la maleta, y salir. Llega a la estación de La
Garriga, apurado, y afortunadamente el tren aún espera. Parte, y después
de un largo rato contemplando el paisaje se baja en Plaça Catalunya,
centro de Barcelona. Acto seguido, y cargando con la maleta, toma el
metro hasta Fontana, parada del que será su barrio, Gràcia. Allí vivirá
mientras estudia la recién empezada carrera de Bellas Artes, y allí
comenzarán también las vivencias que describe el nuevo film de Ventura
Pons, Any de Gràcia, una comedia más bien ligera que homenajea
el barrio barcelonés y cuenta, en clave humorística, la dificultosa
adaptación del joven protagonista (Àlex Maruny) a la vida en la capital
catalana, que devendrá todavía más difícil por su forzosa convivencia
con Gràcia, una mujer mayor tan excéntrica como quisquillosa, y
notablemente interpretada por Rosa Maria Sardà.
La película quiere ser un fresco
simpático y costumbrista de la vida en el famoso barrio desde una
óptica ajena pero no foránea, y se sirve de un chico de pueblo recién
llegado y una anfitriona malhumorada y huraña para ello, resultando con
todo un cuadro más bien vago y desdibujado de relaciones y modus
vivendi. Ni una cosa ni otra, la Barcelona de Pons es tan vacua como la
historia de sus protagonistas, relato por todos conocido del encuentro
entre dos personas aparentemente antónimas, que resultan al fin
simbióticas. La cotidianeidad que trazan Pons i el resto de guionistas,
Jaume Cuspinera y Carme Morell, presuntamente tragicómica y de
desenfadado desarrollo, carece de sustancia o ingenio suficientes para
sobreponerse a su condición de dejà vu. No hay más aliciente en
todo ello que las actuaciones de las veteranas Rosa Maria Sardà y
Amparo Moreno, actrices de referencia y embajadoras perfectas de la
ciudad de Barcelona. Cabe destacar también la agraciada banda sonora,
buenos registros que se acoplan naturalmente a la trama.
Con todo, y aún sus gratos
aciertos, podríamos calificar a Any de Gràcia como a una obra de
categoría peso pluma, susceptible a la más irrisoria ventisca para volar
dirección olvido, cine de segunda división no por presupuesto más por
diminuta ambición. La ciudad de Ventura Pons se asemeja a la de Woody
Allen; es la otra cara de un retrato carente de frescura, la Barcelona
más desaliñada, que se nutre tan solo de su sinfonía de gags sin chicha,
satisfechos con su propia intrascendencia.
Lo mejor: Rosa Maria Sardà y Amparo Moreno.
Lo peor: el pueblerinismo impostado y la Barcelona más insípida.
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