[Publicat a TuPeli (10/2012)]
El quinto día en Sitges pintaba incluso mejor que el
anterior, igualmente variado pero marcado por dos títulos hacia los que
tenía especial interés. El primero, cómo no, era lo nuevo del malote de
Rob Zombie. Ya con su ópera prima, la psicodélica, bizarra y desquiciada
La casa de los 1000 cadáveres (2003), abrió un hueco en mi corazón que, vale decirlo, hasta ahora no había conseguido volver a llenar. Sus Halloweens (2007, 2009) y su Superbeasto
(2009), aunque apreciables, no conseguían llamarme la atención como lo
hicieron la mencionada Casa de los fiambres y la segunda parte, Los renegados del diablo (2005), y todo apuntaba a que con The Lords of Salem
me reconquistaría. Honda decepción, la mía, después del pase. Ni rastro
de la psicodelia, ni rastro de la violencia frívola y el desquicio
argumental, ni rastro en definitiva de ese Rob Zombie joven y primerizo.
Àngel Sala, director del festival, decía vía Twitter que esta película
era el comienzo de algo muy grande. No le quito la razón a Sala; The
Lords of Salem tiene buenos apuntes e intenciones, pero el resultado, de
momento, es fallido. El problema, básicamente, es que deja frío. Ni
horror, ni asco, ni angustia, ni lástima, ni siquiera risas; la de
Zombie es una obra emocionalmente impermeable que habla de brujas y
satanismo pretendiéndose profunda, buscando el lucimiento de su
protagonista, Sheri Moon Zombie, y acercándose al clasicismo formal,
pero nada acaba de funcionar como debería. El potencial lo tiene,
también la imaginería –la figura de Satanás y la imagen final,
memorables–, por lo que quizás sea mejor tomarse esta obra como una
transición… Sea como sea, parece que no fui el único que se llevó un
chasco porque en el pase matinal se oyeron más silbidos que aplausos.
A otra cosa mariposa, después de la tormenta siempre viene la calma y
Robo-G era a quien me encomendaba, comedia japonesa sobre robótica que
se antojaba amena y simpática. La película, dirigida por Shinobu
Yaguchi, especialista en blockbusters nipones, habla de tres jóvenes que
se disponen a presentar un robot en una feria de electrónica cuando
éste, por accidente, cae por la ventana. Apurados de tiempo y sin
recursos, los protagonistas contratarán a un anciano para que se
disfrace de robot y sustituya a su malograda creación en la feria. Así
empieza la película, con gags agraciados de risa calma y fácil
digestión, pero poco a poco se va haciendo pesada, el chiste se alarga y
con él la trama, que acaba por agotar después de casi dos horas de
función. Ingeniosos tanto su inicio como su final, sin duda le sobran
minutos al film de Yaguchi.
Por suerte, iban a salvar el día dos peculiares películas indie, una norteamericana y la otra española. La primera, Safety Not Guaranteed (Colin Trevorrow), es una comedia protagonizada por Mark Duplass –al que veíamos hace poco en El amigo de mi hermana
(Lynn Shelton, 2011)– que sigue esa tendencia tan tópica del cine indie
yanqui del personaje rarillo,
outsider-social-comprendido-solamente-por-otros-freaks-como-él-que-sólo-podrían-aparecer-en-el-cine-indie.
En este caso funciona, creando el director un cariñoso alegato hacia
los pirados con algo interesante que decir que se encuentra a medio
camino de la comedia dramática y la ciencia ficción de andar por casa.
Por otro lado estaba Animals, ópera prima de Marçal Forés
producida por Escándalo Films que explica los problemas existenciales de
un adolescente confuso y aturdido. No es tanto el tema como la forma en
que el director lo aborda lo que hace atractiva la película, repleta de
tics noveles pero muy atrevida formal y estructuralmente. Hay momentos
del metraje que, por su atmósfera malsana y su cámara orgánica recuerdan
a los últimos Triers, y momentos que por el contrario todo se
infantiliza. Muy interesante, en todo caso, la primera incursión de
Forés en el largometraje.
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