[Publicat a TuPeli (10/2012)]
Después de un agradecido día de descanso volvía a Sitges
tempranísimo por la mañana para presenciar la ópera prima de Cronenberg
Júnior, Antiviral, que recoge el testimonio del horror
alucinado del bueno de su padre David para relatar una distopía en la
que los famosos son semidioses y sus enfermedades bendiciones. La
película de Brandon Cronenberg quiere llevar al extremo la figura del
ídolo con una trama en la que describe a una sociedad dividida entre el
famoseo y un fenómeno fan global que engulle celebridades, literalmente,
y aspira a contagiarse con sus mismos virus. Entre las virtudes de este
desquiciado vaticinio están también sus principales defectos; parte de
una premisa interesante pero en ningún caso factible, y aun así tiene el
atrevimiento de tomarse a sí misma en serio. Eso invita al espectador a
congeniar con su peculiar planteamiento, pero impide a la vez que se la
pueda considerar una advertencia de un posible futuro o una crítica
extrapolable a la actualidad. Sí bebe de ella pero se va de madre en sus
tesis futuristas, siendo Antiviral una película estimable por lunática
más que por congruente. Estéticamente, eso sí, es indiscutible.
Cronenberg suple con ingenio sus limitaciones de presupuesto con una
estética blanquecina, pálida y enfermiza, tan sólo manchada por el rojo
oscuro de la sangre, que encaja a la perfección con la historia. Cabe
mencionar también la labor del protagonista, el desconocido Caleb Landry
Jones, que realiza una compleja y estupenda actuación.
Disfrutaba el film del pequeño Cronenberg de una buena ovación por
parte del público mientras yo empezaba mi migración diaria hacia salas
más cálidas –o en su defecto, más chicas– para ver la germana The Wall,
película que me llamaba mucho la atención pero que después de leer
algunas reseñas ésta había caído considerablemente. La película que
dirige el debutante Julian Roman Polsler –basándose en una novela de
Marlen Haushofer– cuenta una historia surrealista y kafkiana sobre una
mujer que, de un día para el otro, se encuentra aprisionada en medio de
la montaña por unas paredes invisibles que le impiden volver a la
“civilización”. Su compañía, un perro, un gato y una vaca que harán su
existencia menos sufrida, pero para siempre alejada de la humanidad. The
Wall es el clásico caso de película suflé, que empieza de forma
brillante, apasionando y copando expectativas para poco a poco
deshincharse y perder su interés. La de Polser es una fábula llena de
simbolismos, un estudio del aislamiento y la angustia que aprovecha el
entorno natural y salvaje, la escala inhumana y la absoluta soledad de
la alta montaña para desarrollarse, pero llega el punto que su excesiva
literalidad, su fidelidad textual con la novela original, pesa en
exceso. Pierde su sensorialidad para embolicarse con monólogos
interiores innecesarios que en su pretensión de profundidad despistan al
espectador, alejándose de su excelente idea inicial. Más allá del
argumento, la película cuenta con una perfecta fotografía y sonido, muy a
lo Anticristo (Lars von Trier, 2009), que salva el conjunto de ser puro escrito.
Menos interés tenía la china Mistery, melodrama hecho
thriller de un amor a tres bandas, dirigido por Lou Ye, que a pesar de
su enérgico estilo no consigue levantar el vuelo ni la curiosidad del
espectador, quien a la media hora de película puede adivinar el
desenlace de esta actualizada tragedia griega. Muy buenas actuaciones,
eso sí, del trío protagonista; Hao Lei, Qin Hao y Qi Xi.
Por último, la séptima jornada en Sitges deparaba lo más nuevo de
otro francés loco, Quentin Dupieux, que un par de años antes había
deslumbrado en Sitges con Rubber, o las aventuras del neumático telequinético asesino, y llegaba esta vez con Wrong,
film que narra la desesperada búsqueda de un perro por su apocado
dueño, quien no sabe vivir sin él. Entrábamos pues con ganas de nuevo al
Auditori para presenciar lo que tenía toda la pinta de ser otra oda a
lo absurdo, elogio al cine como fábrica de ficción –y, como diría
Haneke, veinticuatro mentiras por segundo–, y para echarnos unas risas.
Sí y no, la película de Dupieux sigue en su onda absurda, humor
peculiarísimo y amor hacia lo inverosímil pero pierde algo del gancho
que tenía, claro, el carismático neumático. Wrong es divertida pero le
cuesta harto más hacer reír, algo imprescindible en una película de
estas características. Correcta la obra de Dupieux en su onda loca
aunque algo decepcionante por culpa de su gloriosa predecesora.
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