[Publicat a TuPeli (10/2012)]
El octavo y noveno días en Sitges llegaban menos cargados
que los anteriores por cantidad de películas y también por el contenido
de éstas, más ameno, quizás, que en las pasadas jornadas. Sólo un plato
fuerte se asomaba el jueves 11 por la cartelera, temprano por la mañana y
con la mente despejada. Kim Ki-duk volvía a Sitges después del
documental presentado en 2011, Arirang, con una obra de ficción
que se hizo –no sin polémica– con el máximo galardón en el último
Festival de Venecia, muy discutido entre la crítica. Se trata del film Pietà,
que narra la historia de un cobrador del saco –llamémosle así– sin
compasión alguna que se dedica a extorsionar a deudores para que paguen
sus hinchadísimos préstamos. En este caso, la obra de Kim Ki-duk causó
en mí un efecto de suflé invertido; empezó irritándome, y mucho, la
condescendencia de su violencia, la irremediable tendencia a la
incomunicación gratuita, el no decir por no decir, y la constante
hipersensibilidad contenida y lagrimeo de algunos personajes, además de
algunas sobrantes evidencias de guión. Después, sin embargo, con el paso
de los minutos, todo va encajando, explicándose y cobrando sentido para
culminar en un potentísimo final que deja una imagen para la
posteridad. Aplausos en la sala y satisfacción generalizada con el
renacido Kim Ki-duk.
Cambiábamos acto seguido de cine y de registro para asistir al pase
de Sinister, terror a la americana que aparenta ser más convencional de
lo que en realidad es. La película de Scott Derrickson –al que tuvimos
la posibilidad de entrevistar y publicaremos próximamente en TuPeli–
aborda la clásica disyuntiva entre los intereses individuales y la
responsabilidad familiar contando la historia de un escritor de ensayos
policíacos que se traslada con su familia a una casa que resulta ser el
escenario de un crimen. No faltan en la obra de Derrickson los elementos
paranormales y los sustos intrínsecos al género, pero sí que se
diferencia el guión con una dimensión emocional más elevada que la de la
mayoría de películas de terror, además de un atípico poderoso final.
Derrickson combina en Sinister el género más tradicional con la moda del
found-footage (material encontrado, a lo Paranormal Activity) y
el resultado es como mínimo correcto, digno entretenimiento con buenas
dosis de tensión que si bien no dejará saciados a los buscadores de lo
más aterrador, sí que dejará con mal cuerpo a buena parte del
respetable.
Y no nos movíamos del Auditorio porque justo después –sí, Sitges es un non-stop fílmico inventado por el diablo– empezaba Wolf Children,
giro temático de 180 grados con el que pasábamos de la imagen real y el
súper 8 a la animación, del terror al drama y de los Estados Unidos a
Japón. Dirigida por el reconocido animador Mamoru Hosoda (Summer Wars, 2009, La chica que saltaba a través del tiempo,
2006), Wolf Children da la vuelta al mito del hombre lobo y lo
convierte en un solitario desintegrado de la sociedad, ni malo ni tan
salvaje, equiparable por su planteamiento a los vampirejos de
Crepúsculo. Sin embargo, Hosoda explora, más que el amor entre una
humana y un hombre-lobo, la complicada crianza de unos hijos que se
tendrán que adaptar como puedan a un entorno hostil hacia lo anormal.
Destaca del film japonés, aparte de su impecable técnica –animación y
sonido intachables– su sensibilidad y actitud positivista ante lo que
hubiera podido ser un fantástico dramón. Gustó, y mucho, el film
japonés, una de las principales candidatas al premio a mejor película de
animación.
Acababa el día con A Fantastic Fear of Everything, filme
británico de humor indie que combina distintas técnicas y formatos pero
desaprovecha un tanto su potencial, salvando el pellejo gracias a la
gran actuación del bueno de Simon Pegg, símbolo del nuevo humor inglés
que ya nos deleitó con Zombies Party, Arma fatal (Edgar Wright, 2004 y 2007) o Burke and Hare (John Landis, 2010), vista en el pasado Sitges.
El noveno día nos depararía dos sorpresas, una buena y la otra mala. La primera, la buena, fue Hotel Transilvania
(Genndy Tartakovsky), película de animación en 3D –las tres dimensiones
están muy bien, y en este caso bien aprovechadas, pero siguen siendo
una pesadez…– que junto a Paranorman (Chris Butler, Sam Fell)
es la mejor introducción posible para los más pequeños al cine de
terror. De ritmo espitoso y continua risotada, Hotel Transilvania
resulta tan simpática como entretenida, antónimo del sopor que usa el
mismo planteamiento que Monstruos S.A. (Pete Docter, Lee
Unkrich, David Silverman), es decir, el juego con los miedos infantiles,
para desarrollar una trama que aún con algún que otro altibajo y
gracieta innecesaria resulta altamente disfrutable para todos los
públicos.
La segunda y última película del día era ABCs of Death, obra
colectiva de 24 afamados directores de género que, cada uno con una
letra del abecedario, desarrollaba un cortometraje sobre la muerte de
cuatro minutos de duración. Si la premisa huele a diversión asegurada,
lo cierto es que el resultado decepciona. Pocos son los cortos que
consiguen despertar el interés de un público que bostezó más que reírse o
aterrarse, en una combinación de sangre, humor grueso y horror que deja
mucho que desear.
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