30 de nov. 2011

Crítica a El gato desaparece

[Publicada a Tu Peli (25/11/2011)]

Puntuació: 

Ni siendo partidario de las generalizaciones puede negarse la buena calidad de las exportaciones cinematográficas argentinas, su oficio para el séptimo arte. Campanella encabeza una notable lista de nombres con nacionalidad argentina que han pasado últimamente por nuestras salas: thrillers como Carancho, de Pablo Trapero, o Sin retorno, de Miguel Cohan, dramas como XXY, de Lucía Puenzo , o comedias como Un cuento chino, de Sebastián Borensztein, han recibido el visto bueno de crítica y público, que tiene la ocasión, esta vez, de dejarse seducir por la última película de Carlos Sorín, que se establece naturalmente en la ambigüedad de géneros. El gato desaparece es una obra estimable en tanto que película de intriga sosegada, de andar por casa; un The Shining contenido que si bien mantiene la incertidumbre en todo su metraje, éste no devuelve al espectador una respuesta suficientemente estimulante.

La vuelta a casa de un reputado profesor universitario al cual unos meses atrás habían internado por un brote psicótico violento es el planteamiento de la trama, y su establecimiento en el hogar familiar, en el que se encuentra con su esposa, llena de inseguridades, y su gato, que lo rehúye, el principal leitmotiv del film. Con esta base, el director consigue generar un ambiente enrarecido, incómodo, forzadamente gentil y en permanente tensión, una crónica minimalista de la locura, calma pero no relajada, que flirtea en todo momento con la tragedia a la vez que juguetea con la intuición del auditorio, al que mantiene en vilo a la espera de que algo pase. La claustrofobia a pequeña escala que construye Sorín huele a Polanski sin serlo; un escenario único, la casa, y una psicosis in crescendo, son los argumentos de la película, su principal mérito, que no obstante, por su vocación contenida y su falta de incentivos en el grueso del metraje, acaba rozando lo tedioso. Y es que El gato desaparece explota en demasía sus virtudes descuidando sus carencias; su atmósfera perturbadora, perfectamente descrita, no esconde lo insubstancial de su globalidad, resultando un producto que rezuma más pretensión que ambición y deviniendo al fin una pieza menor que deja en el espectador un poso superficial y efervescente. No por eso, sin embargo, deja de ser una obra coherente, muy compacta en su propuesta formal y solvente en casi todas sus facetas. Los dos protagonistas –y prácticamente únicos personajes de la película–, encarnados por Beatriz Spelzini y Luis Luque, bordan su papel, personificando la inquietud disimulada con pasmosa naturalidad. También el sonido, el escenario, y un uso estético sobrio y de colores apagados, que rehúye cualquier artificio, siguen al compás al metraje.

El gato desaparece es, en definitiva, un film pequeño y de buena factura, compendio de algunos momentos de insólita gracia y contenedor de una sutileza y meticulosidad que no siempre llegan a atisbarse con suficiente claridad, quedando en ocasiones nublados por la buscada menudencia de su conjunto. Interesante obra, en todo caso, y totalmente coherente con los antecedentes de su director, que con esta última película prosigue con paso firme en el arduo camino del lenguaje propio.

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