4 de març 2013

Crítica a El bosc

[Publicada a Tu peli (12/2012)]

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Otro film sobre la guerra civil española y sus repercusiones en la vida rural llamaría más bien poco la atención si no fuera porque quien lo escribe, el autor catalán Albert Sánchez Piñol, siempre ha destacado por el componente fantástico de sus obras. Tanto La piel fría (2003) como Pandora en el Congo (2005) o sus relatos cortos tienen en la vertiente fantástica uno de sus pilares, con criaturas extrañas que merodean nuestro mundo, testimonios camuflados entre hechos históricos que se dejan ver sólo por algunos privilegiados. Y ésta es la clave de su éxito, que sigue el talante de clásicos como Poe o Guy de Maupassant; la introducción de elementos imaginarios o ficticios, incluso románticos, en el costumbrismo más verosímil, que aproximan al lector –espectador, en este caso– a la irrealidad, haciéndolo transitar por territorios que ya conoce sazonados con su peculiar imaginario.

El bosque sigue esta tónica, vacilando entre el retrato clásico de la guerra y sus consecuencias y la ficción más absurda, difícil mezcla que el director, Oscar Aibar, entona con no poco acierto. Todo gira en torno al secreto que mantienen desde hace generaciones una pequeña familia de terratenientes: dos veces al año, entre los árboles, aparece una misteriosa luz que conduce a un lugar desconocido. Juega el relato de Sánchez Piñol a lo mismo que C.S. Lewis en Narnia (1949) y Del Toro en El laberinto del fauno (2006); la huida de la guerra, la búsqueda de la paz en sitios improbables, etc., pero lo hace sin recurrir a grandes metáforas o giros argumentales que lo justifiquen. Es así, gratuito si uno quiere pero ufano en su absurdez y humilde en sus pretensiones. El film de Aibar, por otro lado, cuenta la historia desde una óptica muy localizada –el relato transcurre en Matarraña, entre Aragón y Cataluña– y desde el punto de vista de los nacionales, algo que acentúa aún más la singularidad del relato, ya de por sí extraño.

Destaca, más allá de la trama, un elenco con Maria Molins, Àlex Brendemühl y un Tom Sizemore que se estrena en el cine español con buen pie, haciendo el papel de miliciano comunista inglés. Es apreciable también la fotografía de Mario Montero, habitual de los films de Aibar, Manuel Huerga o Ventura Pons que recuerda con este trabajo a la misma Cataluña rural de Pa Negre (Agustí Villaronga, 2010), de exteriores soleados e interiores fríos, oscuros. Menos acertada, quizás, es la banda sonora del ya veterano Javier Navarrete, presa de un horror vacui que llega a fatigar por momentos, reiterativa como ciertos capítulos de la trama. Más allá de eso, cruda realidad y alucinada fantasía, juego de contrastes en definitiva que flirtea con el ridículo sin caer nunca en él, por orgullo y valentía. Ni siquiera en la delirante escena final.

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