14 de nov. 2012

Sitges, día 2: Insensibles, pirados, puñetazos y sexo malo

[Publicat a Tu peli (20/03/2012)]

Este segundo día del Festival de Sitges comenzaba pronto, muy pronto. Eran las ocho de la mañana y ya estaba haciendo cola para ver la primera película de la jornada, a la que la verdad entraba con pocas expectativas. Se trataba del film Insensibles, relato de terror con guerra de trasfondo que se me antojaba a reedición de películas hacia las que no siento ninguna debilidad como El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) o la desastrosilla Intrusos en Manasés (Juan Carlos Claver, 2008), que tuve el placer de visionar cuatro años atrás también en Sitges. El caso es que, quizás por culpa de las expectativas, la película de Juan Carlos Medina ha sido para mí una grata sorpresa, buen desayuno para empezar el día. Insensibles es un relato a dos tiempos que compagina la Guerra civil española e inicios de la dictadura franquista con la actualidad, enlazándolo con una trama médica de enfermedades inexplicables y terapias más que discutibles. Unos niños incapaces de sentir dolor son internados en una clínica en la que crecerán, y que más adelante devendrá el centro neurálgico de la acción. El principal logro de este film, a diferencia de tantos otros y de los anteriormente mencionados, es que consigue crear historias paralelas con fuerza propia, que no se necesitan la una a la otra para ser interesantes y tener fuerza. Tanto el relato histórico como el actual conmueven, dejan poso gracias precisamente a su independencia, culminando con clímax para mi gusto demasiado peliculero pero aun así bien logrado que se nos antoja una Incendies (Denis Villeneuve, 2010) pasada de vueltas al más puro estilo Sitges. Muy estimable, en todo caso, la ópera prima del director catalán.


Y como es habitual en el festival, pasamos inmediatamente del desayuno al aperitivo con un plato muy especial, avalado por la crítica modernilla y condenado por la más conservadora al eterno ostracismo. El caso es que entraba de nuevo al Auditorio a media mañana con unas perspectivas más inciertas, en parte por mi poca puntería en mi primera predicción, en parte porque nunca sabes lo que puede depararte una película del rarito de Carax. Holy Motors se presentaba ante el público de Sitges después de pasar por Canes con disparísimas reacciones, y lo cierto es que aquí ha entusiasmado. El respetable no ha escondido su entusiasmo vía applause, vía twitter, hacia una película que ya se erige como una de las favoritas del festival. Lo que cuenta; un hombre enchaquetado se dispone a ir a trabajar, entra en su limusina y se pone en marcha. Durante un día entero, el protagonista –enorme Denis Lavant– cambiará de estilos de vida radicalmente, pasando de un extremo a otro sin mediar más explicación que el sinsentido. De padre de familia a lunático absoluto, de viejo moribundo a romántico de otra época… todo vale aquí y sólo el patrón de lo simbólico salva la película del disparate por el disparate, entretenimiento para unos pocos y tedio para el resto. Pero sí, se salva y cautiva tanto ese simbolismo –hay quien dice que es un homenaje al oficio del actor– como por las estampas que fotografía, odas a lo estrambótico. Cabe mencionar, como apunte, que uno de los personajes de Carax, en concreto el pirado de las alcantarillas, ya lo habíamos visto en Tokyo! (Bong Joon-ho, Leos Carax, Michel Gondry, 2009) y ya nos había dejado mella.


Cerraba mi segundo día en Sitges con un par de películas irregulares, especialmente la china The Flying Swords of Dragon Gate, épica histórica al rico puñetazo con estructura de videojuego y rica en efectos visuales. Tsui Hark dirige y Jet Li encabeza un reparto en el que nadie se queda corto a la hora de repartir leña. No hay hombre desvalido ni mujer débil en este non-stop de sets de lucha que recurre constantemente a la secuencia secuaces-boss, secuaces-boss. Entretiene, y mucho, el film de Hark, pero ahí se queda, lejos queda la estética y savoir-faire de maestros como Zhang Yimou. Y por último, y ya de postre, me disponía a ver una de las películas que se adivinaba revelación del festival, Compliance, de Craig Zogel, que habla de abusos sexuales en el ámbito laboral y se basa, cómo no, en hechos reales. Empieza el film realmente bien, haciendo al espectador sentirse progresivamente incómodo con una situación de lo más ordinaria; una empleada de un restaurante de comida rápida es acusada por la policía, vía teléfono, de robar a una clienta. La encargada toma cartas en el asunto y todo se enturbia poco a poco. La capacidad del director de tornarlo todo angustioso es innegable, así como el buen trabajo actoral, que consigue cargar de tensión un espacio de veinte metros cuadrados. Sin embargo, Zogel tarda demasiado en colocar la guinda a su pastel y éste decae un poco antes de llegar al punto culminante. Notable, en todo caso, la segunda obra del director norteamericano.


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