10 de juny 2013

Crónicas del Atlántida: Premiadas y otras triunfadoras

[Publicat a TuPeli (04/2013)]

Se acabó el festival y no quedaron films por ver –gracias a un agostador sprint final– pero sí  por comentar, y muchos. Si el año pasado era difícil hablar de todas las películas –de hecho quedaron un par o tres sin reseña–, este año, que aún habían más, era improbable poder abarcarlas todas, ya no por pereza o falta de tiempo sino en pro de aquello tan valioso llamado capacidad de síntesis, que seguro que el lector agradecerá. Así es que en este cuarto capítulo de las Crónicas del Atlántida hablaré, sobre todo, de los films más destacados del Atlántida, entre los cuales están dos de los ganadores, Después de Lucía (Michel Franco, 2012) y Sonidos de barrio (Kleber Mendonça Filho, 2012), y otras aportaciones interesantes, como Crawl (Hervè Lasgouttes, 2012) y Call Girl (Mikael Marcimain, 2012), potentes óperas primas que pudimos ver en la Sección Atlas.

 

Las ganadoras

Empecemos por la obra de Franco, que se alzó con el premio a Mejor Película avalada por un jurado que formaban Àngel Sala, Kike Maíllo, Toni Ulled, Mònica Carmona y Fernando Bernal. Después de Lucía es una acongojante historia sobre bullying a la mexicana que constata dos cosas: por un lado subraya el basto poder de las nuevas tecnologías en los casos de acoso y nuestra inconsciente susceptibilidad ante ellas, y por el otro demuestra, una vez más, la inquietante predisposición del país norteamericano hacia las situaciones violentas, sean del tipo que sean. Quizás por ello podemos explicar el arrebato del director en el transcurso de los hechos, que pasa de una aparente normalidad –padre e hija se mudan de casa y de ciudad, hija va a la escuela y conoce a sus nuevos compañeros, con los que establece lo que parece una buena relación, etc.– a un repentino y brutal giro que se lleva por delante al público, sobrecogido, y a una protagonista que aguanta mecha de algo que, tarde o temprano, tiene que estallar. Se hace difícil no achacar ese abrupto y cruel proceso a razones geográficas y sociales, no por el hecho en si –acoso escolar hay en todo el mundo– sino por cómo se desarrolla, tan rápido, tan fácil. De no ser por ello probablemente hablaríamos de puro efectismo, de un dedo que, con la excusa de la adolescencia y el raciocinio hormonado, hurga en la llaga para la mueca del espectador más que para su reflexión. En cualquier caso, Después de Lucía levanta ampollas y saca a relucir una lacra global que es a menudo desoída en sus síntomas y también en sus cúspides.

Algo que no despierta debate alguno es la incontestable propuesta visual, colección de planos fijos que, como fotos de un calvario, refuerzan la mirada contemplativa y neutral que Franco pretende, desprovista de juicios. De hecho, llama la atención las similitudes que tiene Después de Lucía con la merecida ganadora de la pasada edición del festival, la boliviana Zona Sur (Juan Carlos Valdivia, 2009), por su técnica –ambas optan por miradas pasivas, externas, aunque lo traten de forma distinta– pero sobre todo por el tema de fondo. Los dos filmes descubren hasta qué punto las quimeras de la sociedad moderna –en este caso la falta de ética y empatía en situaciones de vulnerabilidad– afectan sin distinción a la clase baja o a la adinerada, sendos reflejos de la desidia social, y de cuán fácilmente se puede perder la percepción común del bien, ya de por sí obnubilada.

Sonidos de barrio, por el contrario, es un retrato calmo y alejado de terapias de shock que tiene en la sutileza su mejor aliado, a la que no abandona ni un instante. El debutante Kleber Mendonça Filho escribe y dirige esta peculiar obra que bien podría entenderse como un estudio antropológico de la cotidianeidad en la vida comunal brasileña. Para ello toma varias referencias; por un lado muestra episodios salteados de los habitantes del barrio, nada lejos de la aparente normalidad, y por otro va tejiendo el escenario, paisaje y pentagrama urbano. Sin embargo, hay un tercer elemento que emborrona ese nítido realismo, un turbio misticismo que remarca el carácter antropológico de la película transportándonos por breves instantes a terrenos acaso tribales de algún tipo de magia negra. Esa potente referencia, que aparece en diminutas dosis, quiere ser una consecuencia más de lo que el filme expone, la sobreexplotación urbanística brasileña y todos los componentes que de ella se derivan. Así, a pesar de ser tan escaso, ese elemento paranormal se lee quizás como metáfora –un mal augurio, una abstracta, latente nocividad fruto de la construcción indiscriminada– o como un sutil poultergeist que exhuma los fantasmas del pasado, las raíces indígenas y la misma naturaleza, que se rebelan sepultadas bajo el cemento. Es una pena, sin embargo, que Mendoça no profundice un poco más en este tercer elemento, dejándolo en mera sugerencia y renegando de su potencial narrativo y simbólico. Sea como sea, Sonidos de barrio es una interesante primera incursión, cine de interior que huye del escaparatismo y que revela el otro día a día brasileño, ni el del triunfo preolímpico ni el de la miseria pornográfica de las favelas.

Más premios y buen cine

No se quedan en estos dos títulos los premiados del Atlántida Film Fest, a los que se suman el premio a Mejor interpretación para Nadia de Santiago por Ali (Paco R. Baños, 2011), y los Premios del público para Otel·lo (Hammudi Al-Rahmoun, 2012) en la Sección Oficial y Stories We Tell (Sarah Polley, 2012) en la Sección Atlas. En las primeras crónicas ya hablamos de los dos primeros films, así que hablemos ahora de la obra de Sarah Polley, actriz conocida por Las vidas posibles de Mr. Nobody (Jaco van Dormael, 2009) o La vida secreta de las palabras (Isabel Coixet, 2006), entre otras, que debutaba en dirección documental con una historia de familia. Stories We Tell apuesta, como otros trabajos recientes, por el formato documental como embajador de realidad, jugando a su vez al beneficio de la duda con un público que, dicho sea de paso, no tiene razones para el escepticismo. Todo comienza como un tributo a la figura materna prematuramente arrebatada, una reunión familiar en la que se insta a sus miembros a hablar de la matriarca y que desentrama, a su vez, algunos claroscuros. Llega un punto, sin embargo, en que se revela algo que afecta no sólo a la mami, también al entorno familiar y especialmente a la directora, que lo conduce todo con un gran sentido narrativo. Polley ofrece un desnudo emocional integral, documento de desmitificación que invita al fantaseo con las realidades personales y familiares a la vez que deconstruye la suya propia, un ejercicio de ensañado exhibicionismo que puede resultar iluminador o, por el contrario, dejar algo frío.

También en la Sección Atlas nos encontramos dos interesantísimas propuestas más como Call Girl, cine negro escandinavo basado en un colosal escándalo sexual ocurrido en los setenta, y Crawl, pequeña producción francesa que nos devuelve al norte galo, donde recientemente coincidimos con El Havre (Aki Kaurismäki, 2011) o Bienvenidos al norte (Dany Boon, 2008). Sin embargo, si las marinas grisáceas y los paisajes húmedos del film nos remiten a los dos anteriores, la trama encuentra en las peripecias marsellesas de Las nieves del Kilimanjaro (Robert Guédiguian, 2011) su parentesco más próximo, un drama sencillo e íntimo aupado, además, por la frescura formal de Lasgouttes, que dirige y coescribe junto con Loïc Delafolhouse. Crawl cuenta las vicisitudes de Martin (Swann Arlaud), un chico joven y algo díscolo que vive en la inestabilidad laboral disfrutando de pequeños placeres y contemplando el futuro a corto plazo. Pequeños líos amorosos, familiares y legales se van trenzando en su día a día, enredando su sencillez existencial y forzándolo a tomar decisiones importantes que esquiva primero para luego, poco a poco afrontarlas. Lasgouttes nos regala así el hermoso retrato de juventud de un rebelde sin causa moderno y afrancesado, personaje introvertido de poco ruido y muchas nueves que junto con el resto de los personajes –todos ellos magníficamente interpretados– son todo un logro del cine pequeño, tan grande.

Acabamos con el cuarto (y penúltimo) capítulo de estas crónicas con la mencionada Call Girl, film de intriga y entramados políticos que se basa en el caso real bautizado como ‘Bordellhärvan’, que sacudió la sociedad sueca de los años setenta, cuando en plena lucha por la igualdad sexual se destapó un enorme escándalo de prostitución con menores de por medio que llegaba hasta altos cargos del gobierno. Dirige este ambicioso proyecto Mikael Marcimain, y lo hace con inaudita maestría y sentido cinematográfico, más aun considerando que es, como Crawl, una ópera prima. Call Girl recuerda, por su precisa ambientación, a otros thrillers norteños como El topo, del también sueco Tomas Alfredson, o la germana La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006), y como ellos destaca una pulida técnica detrás de cámaras, un guion sólido que va redondeándose con el paso de los minutos y unas excelentes actuaciones, mención especial para el papel protagonista de Sofia Karemyr.

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