3 de des. 2012

Crítica a Una vida mejor

[Publicada a Tu peli (10/2012)]

Puntuació: 

No acaba de ser confortable el visionado de Una vida mejor, la última película del francés Cédric Kahn, por su irregular estructura, su trama imprevisible, y sus protagonistas, con los que resulta harto difícil empatizar. El de Kahn es, de hecho, un film atípico que habla de algo que todo el mundo conoce –vidas difíciles en contextos difíciles– con un lenguaje propio e inusualmente valiente, poco inclinado a lo convencional aun tratándose de un melodrama contemporáneo. La historia empieza acelerada, a ritmo allegro; del chico conoce a chica pasamos casi sin darnos cuenta a una relación con proyectos e ilusiones mutuas, y una vez allí la narración deviene calma, intimando progresivamente con los principales personajes y exponiendo un día a día tan duro como por desgracia actual. 

Visto y no visto, todo se enreda y allí es donde se supone que Kahn quiere llegar. El proceso de desmontaje de una unión ya de por sí inestable y los pequeños matices en ella, tan incómodos de relatar como agradecidos –por insólitos– de ver en la pantalla, transcurren ante un espectador que no sabe qué esperar ni en qué referencias escudarse, errando entre títulos tan dispares como Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) y Soul Kitchen (Fatih Akin, 2009). Todo ello se sostiene, además, gracias a la acertada composición de unos caracteres desacomplejados y tridimensionales; los tres protagonistas respiran realidad, y con ella convicciones y contradicciones, y son perfectamente factibles, con sus precedentes y sus experiencias. Y es que no existe en Una vida mejor piedad cinematográfica ni tampoco ensañamiento, sólo una descripción recia y constantes baños de actualidad en la Francia menos vistosa, donde las ilusiones no tienden a colmarse y los golpes de suerte a lo Intocable ni se contemplan.

Cinematográficamente hablando, la obra de Kahn es áspera, difícil de estimar por lo distante que se presenta ante el público. A la independencia de sus personajes, fantásticamente interpretados por Laurent Cantet –premiado por su actuación en el Festival de cine de Roma–, Leïla Bekhti i Slimane Khettabi, le sigue la ambigüedad de su naturaleza: no es una película llorona, tampoco risueña, ni tan siquiera entretenida en el sentido más cinematográfico, pero aun así es altamente satisfactoria de ver, y deja mella, esperanza sin pirotecnias y sonrisa serena.

Lo mejor: es imprevisible y atípica en el mejor sentido.

Lo peor: su realismo puede resultar poco atractivo.

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