
Empezó de nuevo el Atlántida Film Fest y yo me encuentro lejos de Barcelona, lejos de España y lejos en definitiva, pero ahí estaba el día veintidós, disfrutando del film inaugural de la tercera edición de este singular evento cinematográfico. El nuevo concepto de festival que proponen Filmin y otras plataformas online tiene entre sus principales bondades esa posibilidad, la absoluta flexibilidad de lugar y horario que democratiza el alcance de sus propuestas e incentiva su difusión y consumo. Su liberada exposición tanto en el aspecto espacio temporal como también en la variedad de dispositivos de retransmisión, además de un precio más que asequible, hacen del Atlántida Film Fest una experiencia cinematográfica sólida en su campo, que pretende, además, convertirse en un pilar básico de la nueva exhibición de cine. Tendría que ir quedando claro, a estas alturas, lo inconcebible de que la industria del séptimo arte –cualquier gran industria, de hecho– no case con el mayor medio de difusión de la historia. Que cine e Internet devengan plenamente compatibles no es una opción, es casi una cuestión del destino, así es que cuanto antes ocurra mejor será para ambos. Filmin, como Filmotech u otras plataformas en España, se abren camino en esa dirección promoviendo la difusión cinematográfica por la red con catálogos amplios e iniciativas diversas, como es el Atlántida o el Iber Film América, respectivamente, que se suman a otros eventos similares como Festival Márgenes, o el My French Film Festival.
Y con eso, aquí me encuentro yo, asistiendo al que ahora mismo es el mayor festival de la red viendo pelis en cualquier sitio y a cualquier hora sin hacer colas, sin agendas imposibles, sin bocadillos de intermedio ni funciones solapadas. Tampoco hay pantallas grandes, sonido surround o debates post-proyección, pero es que a fin de cuentas este no es un festival al uso.

Tampoco se sale de la temática la película andaluza Ali, ópera prima de Paco R. Baños que forma parte de la Sección Oficial –la primera de la sección que tuve oportunidad de ver– y que se centra en la vida de Alicia, una chica que no llega a veinteañera que trabaja en un supermercado. Baños opta por esquivar un contexto social demasiado evidente; su película no es un retrato más de las penurias de la crisis, ni otra llamada de emergencia de este país que se hunde, sino una humilde aproximación a un universo personal y extraño. Se podría decir que Ali es una suerte de Amélie ibérica, algo más punk y con menos tablas pero igualmente singular. Del mismo modo se percibe en lo formal la influencia de la obra de Jeunet: el detallismo de sus personajes, los paréntesis descriptivos y una fotografía que con toda intención remite al pasado más que al presente corroboran el influjo del director galo, así como del indie británico y norteamericano. Pese a eso, el film de Baños tiene interés e identidad propia, y su protagonista, Nadia de Santiago, interpreta con excelencia un papel tan complejo como agradecido.

Y de la Sección Atlas, que suma en esta tercera edición veinte films internacionales, volvíamos de nuevo a la Oficial –diecisiete películas españolas y latinoamericanas– para ver la otra obra inaugural. Si el año pasado fue Lanthimos con su Alps (2011), este año eran dos los films encargados de dar el disparo de salida del Atlántida; uno era el de Gondry y el otro era lo nuevo del excéntrico mexicano Carlos Reygadas, un agitador profesional. Su última propuesta, Post tenebras lux, sigue la estela de sus anteriores obras, acrecentando acaso su vertiente abstracta. El realizador apuesta por un cine sensorial de estructura casi arbitraria que aprovecha más que nunca su innegable sentido estético para burlar convencionalismos. El problema, sin embargo, es que el alcance de sus divagaciones es inversamente proporcional a la unicidad del conjunto, que transcurre despedazado en escenas de desigual interés. La anarquía de Reygadas, las malévolas sensaciones que recorren todo el metraje o el hecho de que él y su familia sean los protagonistas juegan en su favor en tanto que evocación, pero el resultado naufraga. Uno puede percibir en su transcurso ciertas referencias a la Divina comedia; un oculto infierno cotidiano, un paraíso que no es, un extrañísimo purgatorio sexual… Insuficiente o demasiado, lo cierto es que sus ciento veinte minutos no son ni llevaderos ni beneficiosos para la atención del espectador, que se diluye poco a poco en su intento de congeniar con el embrollo audiovisual de Reygadas.
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