
Puntuació: ★★★★★
Vislumbro al fin, después de varias películas, la raíz de mi distanciamiento con Michael Haneke, algo que trasciende lo cinematográfico y que tiene que ver, más bien, con una percepción vital. El director austríaco-alemán nunca se traiciona en sus obras, claros reflejos de un punto de vista que es en fin la definición de su cine, conjuntada en su discurso y coherente en sus conclusiones. Por esa franqueza, diáfana en su carácter autorreferencial, conocemos al Haneke proyectado, un europeísimo burgués cultivado en todos los ámbitos artísticos, estudioso del comportamiento humano en contextos y situaciones muy concretas y casi siempre desfavorables. La frialdad de su cine, la impenetrabilidad de sus personajes, siempre recelosos al exhibicionismo sentimental, adivinan a un realizador automáticamente reacio, de la misma manera, a cualquier manifestación explícita de afecto, jugador de la liga de las señales, de la estima implícita y del amor más captado que sabido, que siempre guarda una distancia prudencial.
Sólo el final, que es el
principio de la película, se desmarca y se permite el lujo del apasionamiento,
no en la idealización sino en una inequívoca, liberada demostración de amor.
Sea como sea, lo nuevo de Haneke se antoja como una obra excepcional, una pieza
única no sólo remarcable por sus valores cinematográficos sino también por el atrevimiento
de su texto, difícil y controvertido en tanto que pieza del arte más
orgullosamente contemporáneo. En definitiva, Amor es una película importante de
uno de los más relevantes realizadores de la actualidad, que aunque sigue
evitando una conexión emocional directa con el espectador, se percibe la
sabiduría cinematográfica en sus fotogramas, cine preciso que dice exactamente
lo que quiere decir, ni más ni menos.
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