[Publicat a TuPeli (10/2012)]
Empezaba la cuarta jornada en Sitges radiante, por el tiempo
y por la programación, variopinta y atractiva. La primera parada, en el
Auditorio, estaba reservada para la nueva y esperada obra de Juan
Antonio Bayona, Lo imposible. Después nos trasladaríamos al Retiro para ver las dos siguientes películas, la finlandesa Iron Sky y la gallega O Apóstolo,
la primera una comedia retro-futurista y la segunda una burtoniana
animación en stop-motion, las tres con presentación de sus respectivos
directores.
Así es que comenzábamos con Lo imposible a las diez y media en una
sala inusualmente llena de un público que aplaudió, y mucho, el film del
director barcelonés. Lo nuevo de Bayona es un tsunami de efectos
visuales, emociones y sollozos generalizados de los que Ewan McGregor y
Naomi Watts son perfectos cómplices. Resulta difícil no rendirse al
poderío visual y al extraordinario sentido estético de Bayona, quien en
tan sólo dos películas se presenta como uno de los realizadores
españoles con más proyección internacional del momento y de siempre. Lo
imposible es técnicamente perfecta, nada renquea en esta crónica en
imágenes que hace sentir miedo y asfixia y que sabe plasmar
brillantemente la fuerza de la naturaleza más desbocada. Falla el film,
no obstante, en otras facetas igualmente importantes hacia las que el
director es, quizás, menos sensible. El guión y especialmente la banda
sonora evidencian el clasicismo formal del film, que aboga por un
tratamiento emocional inducido que impide que la potentísima historia
real que hay detrás conmueva por sí misma, forzando el lagrimeo a base
de bien con una fórmula efectiva pero discutible, y en todo caso
sobradamente manida. Chocan aquí la sal con el azúcar, y aunque eso
resta enteros al conjunto, no empaña un trabajo sobresaliente en
multitud de aspectos –cabe mencionar la rotunda labor actoral del joven
protagonista, un Tom Holland incontestable que nos presentaba la
película junto a Bayona– que, efectivamente, avasalla al respetable con
su potencial cinematográfico para dejarlo pasmado y al borde del
sollozo.
Mucho más ligera, en todos los sentidos, era la segunda incursión del
día, Iron Sky, a la que iba con más pereza y reticencias. Bendita
inocencia, la del finlandés Timo Vuorensola resultó ser la alegría de la
huerta, film financiado a base de crowfunding que consigue
amortizar hasta el último céntimo arrancando carcajadas con un humor
mixto y variado que va desde la sátira política hasta la parodia de
grandes hits de internet. Tan disfrutable es su sentido de humor como su
diseño de producción, que juega a combinar lo ultramoderno con las
tecnologías de los cuarenta y que nada tiene que envidiar de grandes
producciones sci-fi. Personalmente siento una gran debilidad
hacia este tipo de cine, desacomplejado y dedicado únicamente a la
carcajada, al humor perspicaz y en definitiva al gozo del espectador,
por lo que, no lo voy a negar, disfruté como un enano de la película de
Vuorensola.
Por último, mi cuarto día de cine en Sitges finalizaba con la notable
O Apóstolo, pequeño gran film de animación dirigido por Fernando
Cortizo que relata las desdichas de unos peregrinos que, después de todo
el día caminando, se encuentran pasando la noche en una siniestra
aldea. Con las voces de Luís Tosar, Geraldine Chaplin y Jorge Sanz,
entre otros, este relato fantástico con aires del mejor Burton seduce y
convence tanto por la historia como por, sobretodo, su pulida animación,
que subraya como ya lo hacía hace unos meses Arrugas (Ignacio Ferreras, 2011) el potencial gallego en este campo.
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