
Puntuació: ★★★★★
Muy sucios o ignorantes nos tienen que haber visto para sumergirnos en semejante baño de historia norteamericana, hasta en la sopa últimamente con un inacabable repertorio desde Lincoln hasta lo más reciente: Django de Tarantino a Argo de Affleck, The Master de Anderson a Zero Dark Thirty de Bigelow, nos hacemos a la idea del país gracias a todas las aportaciones y, sobretodo, a lo que cuenta –y no cuenta– Steven Spielberg en su film a estrenar, pulidísimo biopic del exmandatario yanqui por excelencia que desde el cine primero y El nacimiento de una nación (D. W. Griffith, 1915) ha sido siempre carne de cañón audiovisual. Efectivamente, el señor Abraham ha dado que hablar, y mucho, pero hasta ahora no había disfrutado de un retrato hiperrealista como el que nos ofrecen el director y su protagonista, un Daniel Day-Lewis para variar excelso. Lincoln describe con absoluta meticulosidad los momentos clave de un dirigente clave del país norteamericano, basándose en el «humanizado» libro de Doris Kearns Goodwin y aprovechándose de una extraordinaria dirección artística. Day-Lewis, por su lado, y aun siendo irlandés, se ha convertido en un álbum de fotos históricas de los Estados Unidos andante, como demuestran sus antecedentes: Pozos de ambición (P. T. Anderson, 2007), Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002), El crisol (Nicholas Hytner, 1996), La edad de la inocencia (Martin Scorsese, 1993), El último mohicano (Michael Mann, 1992)… toda una institución.
Así
es que Lincoln es un retrato irregular, inmejorable en algunos aspectos pero
sesgado en otros. Técnicamente es una obra prodigiosa, y también desde el punto
de vista artístico, que cuenta con la ya experta fotografía del inseparable Janusz
Kaminski, con quien trabaja desde Parque
Jurásico (1993), unos decorados y maquillaje exactos y en definitiva una potentísima
dirección artística. Ello no evita que la descripción de vea incompleta, y que
cueste en exceso sumergirse en su querida grandilocuencia, más allá de la
relativa redondez del personaje principal. Ciento cincuenta minutos de
parlamentos políticos e idealismo patriótico se hacen fácilmente farragosos,
por muy trascendentales que sean, y Spielberg no logra, esta vez, llamar
nuestra atención y conservar el interés como sí hizo con La lista de Schindler (1993) o Munich
(2005), resultando al fin un precioso altar de barras y estrellas, más atrezo
que fondo.
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